La dimensión emocional de la biología humana, la gran deuda social de la educación presente y pasada.

 Por: Prof. Lilian A. Ruti

Hablar de la especie humana nos hace de inmediato reconocer el grado de superioridad que destaca al cerebro del hombre frente al de otras especies. Incluso el hombre respecto de sí mismo ha sido capaz de autosuperarse.

Los aportes dados por las neurociencias a partir de los avances tecnológicos de fines del último siglo y comienzos de éste, sobre todo en el área de la medicina, permiten reconocer al cerebro humano como el órgano por excelencia, por su maravillosa capacidad de recrearse y evolucionar.

Importantes estudios han podido comprobar que, ante presiones ejercidas, lejos de aumentar en su volumen –respuesta dada en cerebro de especies inferiores-, el cerebro humano ha desarrollado cierta “neuroplasticidad” –la habilidad del cerebro para modificar su propia estructura-, observable en los pliegues que se forman en la zona cortical, llamados “circunvoluciones”. Pero esto no sólo se debe a la herencia genética del Homo Sapiens, sino también a su herencia cultural, quedando en evidencia que las capacidades cognitivas del ser humano aumentan debido a la aparición del córtex y del neocórtex, reflejadas en las circunvoluciones neocorticales. En consecuencia, se pueden conocer dos funciones del cerebro humano con distinto nivel de evolución: las circunvoluciones y los “circuitos reverberantes”, que son los encargados de interconectar esos centros nerviosos. El anatomista J. W. Papez los llamó “circuito de la emoción”, que designaba a las estructuras encargadas de elaborar y expresar la emoción en circunvoluciones.

Es así como resulta de vital importancia considerar que, de una vez por todas, la educación avance hacia la “humanización”, esto es: hacia el desarrollo de aquellos campos del conocimiento que hacen posibles las interrelaciones humanas, incluidas las habilidades afectivas y emocionales. Debido a ello,  la mente humana goza no sólo de adaptabilidad, sino de vulnerabilidad.

Se ha evidenciado que el cerebro humano responde de diferentes maneras ante un estímulo ambiental, asumiendo así cierta tendencia o determinación en el raciocinio. Por lo que un ambiente positivamente estimulante es esencial para el desarrollo cerebral: “la riqueza de experiencias realmente produce riqueza en los cerebros” (Mario Aguilar y Rebeca Bize, Pedagogía de la intencionalidad, 2018).

De este modo, hablamos con certeza al hacer casi imperativa la importancia de nuestro cometido: basado en que el aprendizaje se emancipe y despliegue atmósferas emotivas positivas, en las que la educación esté libre de prejuicios y vacía de concepciones sociales -o de cualquier otro tipo- retrógradas, tales como: el patriarcado, la discriminación racial, la discriminación por género, las cuales sólo tiñen de involución y rechazo a nuestra propia especie. “Educación es fundamental, pero una educación que tenga en cuenta estos nuevos paradigmas” (Mario Aguilar y Rebeca Bize, Pedagogía de la intencionalidad, 2018). Los ambientes de aprendizaje deben considerar como parte de su esencia el otorgamiento de instancias emotivas positivas para el logro del crecimiento y maduración del ser humano, lo cual permite ir eliminando los estados fallidos en la educación, propiciando al mismo tiempo un proceso de aprendizajes significativos.

El funcionamiento del psiquismo

Observemos el comportamiento de los aparatos del psiquismo (sentidos, memoria, conciencia y centros de respuesta) en este ejemplo práctico:

El cuerpo humano registra estímulos externos a él a través de los sentidos; por ejemplo: Un estudiante capta mediante su oído un mensaje oral positivo de parte de su profesor/a en reconocimiento de su excelente desempeño llevado a cabo como alumno durante los meses transcurridos del ciclo, por un ejercicio matemático que debe prestarse a resolver en el momento.

La memoria posiblemente traiga el registro de una “huella” recibida por ese estudiante durante su infancia: mensajes auditivos positivamente estimulantes por parte de su madre, tales como: “¡Hijo, sos brillante!”, “Sos muy inteligente”, “Vos podés lograrlo, sos sumamente capaz”.

De esta manera, la conciencia toma información almacenada en la memoria y la coteja, permitiéndole al estudiante reconocer lo percibido: un mensaje auditivo positivo.

Seguramente tal recuerdo resulte para el joven un fuerte impulso hacia su centro de respuesta emotivo: se autorreconoce como una persona inteligente, capaz de resolver correctamente el ejercicio matemático planteado por el docente, gracias a ciertas atmósferas emotivas positivas generadas por la afectividad de su madre, con la que fue educado durante su niñez.

Finalmente, la atención hará su efecto discriminador, dejando de lado los recuerdos de su madre e, incluso, el mensaje alentador de su profesor/a, para dar lugar al interés por el ejercicio matemático que debe resolver.

Algunos conceptos de Maturana en relación al aprendizaje.

Es necesario pensar en una educación que tenga en cuenta la biología propia del ser humano y su evolución como un proceso de millones de años, “lo que nos ha llevado hasta el cerebro actual”…“para los tiempos que vienen, asumiendo el acto del con-vivir como un elemento esencial de una educación humanizadora e integral”. (Mario Aguilar y Rebeca Bize, Pedagogía de la intencionalidad, 2018). Para ello es sumamente conveniente considerar los aportes de Humberto Maturana en torno a la educación:

“Aquello de lo que hay que hacerse cargo al educar, es de crear un espacio de convivencia con el niño, en el que él sea tan legítimo como el maestro o la maestra” (Maturana, Humberto; El sentido de lo humano, Chile, 2000). Esto significa que el estudiante aprenderá lo que el docente le enseñe; pero no como un acto externo a él, sino gracias a la participación en el quehacer que se aprende. Las acciones resultan así, transmisibles. Entonces, si el adulto que educa o el contexto en el que se está criando el pequeño se encuentran empañados de violencia y agresión, el niño a la larga manifestará alguna conducta agresiva. Por el contrario, si es educado en atmósferas donde reine la no-violencia, el menor, de adulto, hará todo lo posible para lograr climas de paz.

Maturana también deja en evidencia su aplicación de conceptos filosóficos existencialistas -como “Yo soy yo y mis circunstancias”- al explicar la relación estructural del individuo con su medio, relación que para la educación humanizadora es la base de su concepción: “Todo ser vivo existe en interacciones en un medio… ser vivo y medio cambian de una manera congruente… como el pie y el zapato cambian congruentemente con el uso del zapato” (Maturana, Humberto; El sentido de lo humano, Chile, 2000).

Por otra parte, en relación a las emociones, al lenguaje y al aprendizaje, Maturana además plantea: “…las emociones han sido desvalorizadas a favor de la razón, como si ésta pudiese existir con independencia o en contraposición a ellas. Reconocer que lo humano se realiza en el conversar como entrecruzamiento del lenguaje y el emocionar que surge con el lenguaje, nos entrega la posibilidad de reintegrarnos en esas dos dimensiones con una comprensión mayor de los procesos que nos constituyen en nuestro ser cotidiano”… “Desde pequeños se nos dice que debemos negar o controlar nuestras emociones, porque éstas dan origen a la arbitrariedad no racional. Ahora sabemos que es no es ni debe ser así” (Maturana, Humberto; El sentido de lo humano, Chile, 2000).

Importancia de la dimensión emocional en la educación del ser humano.

En conclusión, debemos contemplar al hombre y a la mujer como seres humanos íntegros; es decir como sistemas en sí mismos, formados por dimensiones altamente interrelacionadas y complementarias.

Resulta imposible considerar a su biología sin reconocer la significatividad de educar y reeducar la dimensión emocional del ser humano hacia sensaciones y sentimientos positivos; y, en consecuencia, la educación, tal como ha sido conocida hasta estos momentos, se encuentra en este sentido muy en deuda en su función social. Se trata, nada más y nada menos que, de un aspecto fundamental en la política educativa presente y futura, tanto en nuestro país como en el resto del mundo.

Identificar ciertos patrones de conducta individuales en los docentes permite que, a la larga, la enseñanza por imitación en nuestros estudiantes, sea un fiel reflejo de esas actitudes aprehendidas. Por consiguiente, es vital reeducar a nuestros docentes, puesto que son ellos los espejos en los que recae la mirada de nuestros estudiantes. Y he aquí, la enorme deuda social con que el sistema educativo ha cargado por años.

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