El nuevo rol del educador "humanizador".

 Por: Prof. Lilian A. Ruti

La escuela que conocemos, cualquiera sea el nivel, se encuentra nadando en medio de una gran “crisis actual educativa”, dada por un fenómeno de alcance aún mucho más enorme: una crisis de paradigma provista por los efectos dañinos del sistema capitalista imperante hasta  nuestros días, de los cuales la sociedad en su conjunto, afortunadamente, ya ha empezado a tomar conciencia.

Muchos disfrutamos de una inmensidad de comodidades, productos del sistema. Sin embargo, el sistema capitalista ha provocado gigantescos menoscabos en un sinnúmero de aspectos de diversa índole (sociales, políticos, económicos, gubernamentales, financieros, sanitarios, medicinales, culturales, etc.); y es aquí donde el aspecto educativo no ha quedado ajeno.

Tal como lo ha expresado Moacir Gadotti, “la educación no es un hecho social neutro” y, en consecuencia, “puede formar tanto sujetos sometidos, como sujetos libres y autónomos. La educación puede ser tanto una acción cultural para la dominación como puede ser una acción cultural para la liberación.” (Moacir Gadotti, prólogo a la 2da edición de Pedagogía de la Intencionalidad, Brasil). Durante años la escuela, sea esta de administración pública o privada, en todo nivel educativo, ha obrado en respuesta a las constantes demandas del sistema capitalista, fabricando estudiantes-productos cuyas capacidades sean de utilidad para el régimen. Esto, desde la preparación técnica, hasta los métodos, currículos, planificación y evaluación, caracterizados por el pragmatismo y el utilitarismo.

Sin dudas, el sistema educativo, tanto a nivel global como dentro de América Latina, y en particular dentro de nuestro país, precisa de un quiebre o ruptura radical en todo su contenido. Para comenzar, es elemental partir de la concepción del ser humano actual, como así también del hombre que se espera preparar. No se trata ya pues del hombre que se espera “producir” o “fabricar”, sino del ser humano cuyas facultades y habilidades sirvan de sustentabilidad para una sociedad justa, igualitaria, emancipada de todo prejuicio y ataduras condicionantes dadas por el sistema “bancario” o por cualquier otro régimen que se autoadjudique solemnidad, a sabiendas de cualquier situación de opresión susceptible de ser ejercida sobre el sistema social conjunto; sea cual fuera el grado de evidencia en su estrategia de ejecución.

Para quienes nos dedicamos profesionalmente a la educación resulta insoslayable preguntarnos entonces “¿para qué se educa?”. ¿Es correcto continuar educando a personas, “seres humanos”, sujetos con quienes compartimos especie, en base a las pretensiones de la sociedad de mercado; o, por el contrario, es de vital importancia contemplar al hombre en todas su plenitud, bajo una concepción humanista y emancipadora? “La educación es un derecho humano, y no una mercancía” y debe responder a la “planetariedad”, y no al globalismo neoliberal o a algún tipo de régimen dictatorial -sea cual fuere su vertiente-.

El “Paradigma Tierra” es el que hay que defender y potenciar. Y la pedagogía por venir debe atender a todo tipo de diversidad como característica fundamental de la humanidad y de la vida misma.

He aquí que surge lo que los autores a quienes nos hemos referido han denominado “Pedagogía de la Intencionalidad”. “Toda educación, como toma de conciencia, es siempre intencional. Como toda pedagogía orientada hacia el futuro, la Pedagogía de la Intencionalidad pretende formar para la conciencia activa, lo que significa educar para visibilizar lo que fue escondido para oprimir” (Moacir Gadotti, prólogo a la 2da edición de Pedagogía de la Intencionalidad, Brasil) bajo un fetichismo-bancarizado.

Formar cultura de paz, pluralista, basada en el diálogo y el uso de la palabra, capaz de valorar las diferencias, puede servir para unificar y, al mismo tiempo democratizar a la sociedad en un sentido más justo y sustentable, cuyo foco y objetivo no sea el bienestar individual, ni tampoco el de un grupo, sino el bienestar de nuestro planeta TIERRA.

Para ello, puede implicar buen provecho valernos de la concepción de escuela como el “espacio de relaciones” en la que se practique la educación para una conciencia activa e intencional, capaz de enseñar la acción de diferenciar entre “lo bueno” y “lo malo” en principio, y entre “lo que ya ha sido” y “lo que puede ser mejor” al mismo tiempo.

Las neurociencias han hecho sus aportes mostrándonos cómo el cerebro aprende. “El cerebro aprende de adentro hacia afuera.” Es “autopoiético”, dice Humberto Maturana. Por cuanto las bien denominadas “llaves del aprendizaje” -autoría de Aguilar, M. y Bize, R. y rescatadas por Novotny, A. y Goyena K.-  nos ayudan a entender aquellos “lugares del psiquismo” (Cartofiel, N., 2020) en los que resulta imperativo poner ojo y mano activa para lograr un correcto y posterior cambio del paradigma global; pasando por lograr un cambio en el sistema educativo en su conjunto; y, empezar por lograr un cambio en la concepción del individuo como parte del sistema global superador que se desea instaurar. Y el profesional dedicado a la educación es en quien amerita recaer esta nueva autoconcepción.

¿Cuáles son algunos de esas “llaves” que permiten entrar a los lugares del psiquismo que es necesario activar para que “lo nuevo”, esa nueva autoconcepción humana, “se constituya en el ser” de la persona? El buen humor, la afectividad y el ambiente son las que destacaremos.

Está científicamente comprobado, gracias a los aportes de las neurociencias que, cuando la persona aprende a través del “buen humor” como un espacio lúdico en el que hay aceptación del error propio y del ajeno como una instancia positiva y enriquecedora de aprendizaje y no como un momento de burla; cuando la risa funciona como una descarga aliviadora de tensiones, se genera la creación de atmósferas afectivas de complicidad y camaradería, flexibilizando así la apertura del efecto de resiliencia en el ser humano.

“No es posible un aprendizaje verdadero, profundo y significativo si la persona no se involucra en su totalidad y en especial con una adecuada afectividad o emocionalidad. La emocionalidad opera como un conector que facilita o dificulta el flujo de asimilación de lo nuevo... El tipo de emoción que predomine en determinadas situaciones de aprendizaje implicará un registro y una grabación en la memoria de la persona y ello tendrá consecuencias en los momentos posteriores del proceso educativo… En una perspectiva evolutiva, es preciso destacar la enorme importancia de sentimientos como el amor y la compasión durante toda la trayectoria vital de una persona; sea en el cultivo de relaciones coherentes con su entorno o en su propio crecimiento como ser humano íntegro, sabio, fuerte y bondadoso, así como también en la posibilidad suprema del nacimiento…” o crecimiento “espiritual”. “Quien trabaja para sí en el amor y la compasión, lo hace también para otros seres”. (Silo, Anexo a El mensaje de Silo, 2002).

Un ambiente educativo debe contar con las siguientes características para permitir un desarrollo integral de sus estudiantes:

-                     El establecimiento de relaciones entre sus participantes: entre los estudiantes y los que enseñan y, entre los estudiantes per se.

-                     Las relaciones entre ellos deben poseer elementos como: diálogos en paridad, resolución de problemas en conjunto, tratar de entender cómo piensa el otro, empatía, trabajo colaborativo y en equipo y, fundamentalmente construcción conjunta de conocimiento.

Se trata pues, de un sistema de relación en el que todos aprenden, el cual debe verse altamente reforzado por procesos de autoorganización, basada en aquellos elementos.

¿Qué anhelamos entonces del ser humano al que enseñamos?

Sujetos de derechos autoconcebidos y autoorganizados, conscientes de su plenitud humana susceptible de ser modificada hacia el crecimiento emancipador; personas que puedan tomar conciencia y decisiones internas, voluntarias y queridas; que hagan uso de la no-violencia y de la palabra y el diálogo como modo de relacionarse, aceptándola como metodología de acción en el mundo; conscientes de que fuera de ellos y con ellos existe todo un mundo llamado Tierra, al cual resulta indispensable tener como centro de toda perspectiva.

¿Cómo debieran ser entonces los espacios educativos para favorecer la creación de atmósferas emotivas positivas?

Libres de todo prejuicio y altamente autoconcebidos como espacios generados en conjunto sobre la base de la cultura de la paz.

Entonces, ¿cuál es el papel que tenemos como educadores y educadoras, desde la mirada de la afectividad, en estos procesos de enseñanza aprendizaje?

Debemos ser valorizadores de la figura del estudiante como ser humano y facilitadores de instancias de libertad en el aprendizaje, en las que aprender sea un placer y no una obligación: favoreciendo situaciones de afectividad cargadas de buen humor y empatía, y de la autoaceptación como ser humano con derechos, y de la aceptación del otro como ser humano con los mismos derechos que uno; y de que, ante determinadas situaciones de conflicto, el interés primordial que medie sea el beneficio para el planeta Tierra que nos hospeda.


Comentarios

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    1. De acuerdo al precedente contenido, bien podríamos afirmar que un/a educador/a, más que una persona en cuestión, en cierta forma se encuentra obligada a transformarse en una monstruosa biblioteca ambulante...

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