La educación de la que venimos y el "paradigma" al que pretendemos llegar.

 

Dónde estamos y hacia qué paradigma educativo vamos son los principales cuestionamientos  que todo educador debe formularse antes de su encuentro con los estudiantes. La educación de la que partimos y la educación a la que pretendemos llegar son nuestros pilares, sin los cuales no hay cambio significativo. Se trata pues, de una transformación estructural de sistema.

 ¿De qué paradigma venimos?

En nuestra trayectoria como estudiantes, muchos de nosotros -aquellos que pertenecemos a generaciones anteriores y/o incluso contemporáneos a los "millenials"- hemos podido vivenciar la concepción que el sistema educativo tenía de nosotros como “alumnos”; esto es: como sujetos que debíamos ser "iluminados" por nuestros educadores, sin el mínimo de posibilidades de ser nosotros portadores de luz, de conocimiento e, incluso, de capacidades.

Los aspectos a través de los cuales esta concepción se puso de manifiesto en todos nuestros años de escolarización, en el viejo paradigma del cual venimos, son:

·      Escuela regida por una única formalidad y, con ella, la a veces absurda puntualidad que apunta a beneficiar al sistema socioeconómico mundialmente vigente; por lo que se trata de formalidades impuestas que nada tienen que ver con la búsqueda o el interés del bienestar del ser humano en su integridad.

·      Prejuicios: aros, cabellos teñidos, uso de determinadas vestimentas, concebidas como inaceptables.

·      Premio o castigo al logro: premio al que sí respondía correctamente y castigo al que no le iba “bien”.

·      Corrección con rojo para el desaprobado como un modo de desacreditación y castigo.

·      Falta de flexibilidad por parte de los docentes a cargo.

·      Juegos, sólo en instancias específicas.

·      Miedo y presión como parte del proceso.

·      Reconocimiento a la inhibición (al no cuestionamiento).

·      Falta de interés del sistema en el interés del alumno al elegir sus materias.

·      Adulto-centrismo y falta de verdadero interés en el alumno como sujeto con intereses propios. Superioridad del profesor sobre la voz concebida “en inferioridad” del alumno.

·      El alumno como una hoja en blanco al que había que llenar con conocimientos dados.

·      Concepción de parte del sistema hacia el estudiante como “un número” y no una persona con nombre y apellido.

·      La clase para el profesor, y no para los alumnos.

·      Escasa o nula predisposición de los docentes para ser evaluados por los estudiantes.

·      Bombardeo con actividades a los estudiantes.

·      Los trabajos de investigación eran sobre temas de interés de los docentes y no de los estudiantes.

·      Falta de motivaciones y de instancias de reflexión significativas dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje, principalmente en niveles superiores.

·      Fuerte valoración del aprendizaje puramente memorístico.

·      Falta de autocrítica por parte del docente en instancias en las que sí se demandaba autocrítica por parte del alumno.

·      Falta de evaluación superadora como una instancia de aprendizaje.

Es así como en nuestro rol de educadores nos encontramos con el grato privilegio, pero también con la seria responsabilidad de deconstruir ese viejo y muchas veces actual paradigma. Debemos tener presente a todo momento que la educación es un medio o una tecnología con una función social, esto es una educación donde cada estudiante se despliegue interactuando con otros, sean sus pares o sus docentes, hacia el desarrollo de un ambiente social.

¿Con qué ojos de educadores podemos elegir hoy mirar hacia adelante?

Podemos pensar esta acción de diversos modos. Se trata, nada más y nada menos que, del paradigma hacia el cual vamos.

Una mirada que rechaza el cambio, implica darnos a la dañina tarea docente de pensar y actuar en base la consideración de cada alumno como una hoja en blanco en la que seamos nosotros, los maestros y profesores, quienes escriban las páginas de acuerdo con las pretensiones del sistema socioeconómico impuesto.

Sin embargo, los docentes auto concebidos como educadores con una intencionalidad pedagógica superadora, estimulados por la fundamental concepción de los estudiantes como seres humanos íntegros y libres, intentarán ofrecer diversas herramientas para que cada uno de ellos elija qué quiere hacer y ser.

Por todo ello es tan importante animarnos a mirarnos a través de "esas hojas, cual espejos". Interpelarnos como seres humanos primero y, como educadores responsables después: ¿me amo? ¿Me escucho? ¿Me valoro? y, al mismo tiempo: ¿soy capaz de amar a otro? ¿Escucho al otro? ¿Valoro al otro?

Como personas resulta imprescindible atendernos y atender a nuestros y nuestras estudiantes.  En esto, también debemos destacar la importancia de vernos como pares de nuestros estudiantes, cual seres con quienes compartimos nuestra especie, con afectividad y valor emocional en una integridad, la humana. Un todo en la que es imperativa la respuesta a nuestra necesidad de reconocernos, partiendo de una autocrítica que nos permita reconocer nuestras capacidades y nuestras limitaciones, haciendo visibles nuestros avances para no dar marcha atrás.

Resulta clara la invitación a decimentar lo conocido y construir un nuevo paradigma educativo, cuya intencionalidad se base en el beneficio del hombre y de la mujer  como humanos íntegros y libres, y no en el de un sistema socioeconómico impuesto, sea cual sea.

 Prof. Lilian A. Ruti

 

Comentarios